Legados del Misterio

Manuel Blanco Romasanta: el “hombre lobo” gallego (1809-1863)

(Actualizado 1 may 2025)

Entre 1844 y 1852, Manuel Blanco Romasanta confesó trece asesinatos en Galicia y el norte de Portugal. El juicio celebrado en Allariz (1853) lo convirtió en el único caso español donde la licantropía se debatió como defensa legal.

Manuel Blanco Romasanta: La verdad detrás del mito del hombre lobo

Manuel Blanco Romasanta, conocido como el “hombre lobo de Allariz”, dejó una huella indeleble en el folklore criminal español. Nacido en 1809 en Rigueiro, Orense, su historia es tan perturbadora como fascinante. Romasanta confesó haber asesinado a trece personas, aunque solo se demostraron nueve casos. Lo que hace particularmente único a este caso no es solo la brutalidad de los crímenes, sino la extraordinaria defensa que Romasanta ofreció: la licantropía.

Afirmó que una maldición lo convertía en lobo, lo cual le hacía perder el control y llevar a cabo sus actos. Este relato, por increíble que parezca, captó toda la atención de su época y refleja las creencias profundas y los miedos arraigados en la sociedad rural gallega del siglo XIX.

Explorando los lugares de los crímenes:

Sumérgete en un viaje a través del tiempo visitando Allariz y los bosques de Orense, donde Romasanta cometió sus horrendos actos. Este tour virtual te llevará por los caminos sombríos que una vez recorrió el hombre lobo de Galicia.

Impacto cultural y psicológico

El caso de Romasanta no solo es un relato de horror; también es un estudio sobre la psicología de un asesino y sobre cómo la cultura popular puede dar forma a la percepción pública de la justicia y lo sobrenatural. La fusión de realidad y mito en este caso ofrece un campo fértil para debates y estudios sobre la criminalidad y la superstición en la España del siglo XIX.

La infancia misteriosa de Romasanta: Entre la controversia de género y las leyendas

Una niñez envuelta en misterio

La historia de Manuel Blanco Romasanta es intrigante desde su nacimiento. Registrado inicialmente como Manuela debido a una confusión sobre su sexo, su infancia estuvo rodeada de misterio y controversia. Creció en una pequeña aldea de Orense, en un entorno rural profundamente arraigado en las tradiciones y supersticiones gallegas.

Controversias de género y su impacto en la vida temprana de Romasanta:

La ambigüedad en su identidad de género plantea preguntas sobre cómo esta particularidad pudo haber afectado su desarrollo psicológico y social. En una época donde la identidad estaba fuertemente ligada a roles de género definidos, ¿cómo navegó Romasanta por esta complejidad?.

Según consta en el Archivo Diocesano de Ourense, fue el sacerdote Juan Blanco quien lo inscribió erróneamente como mujer, dato que cambiaría oficialmente años después. La confusión no era trivial: condicionó su autoestima, su integración social y su relación con la religión, con la escuela y con su entorno familiar.

  • Fue inscrito al nacer como “Manuela”, según consta en la partida de bautismo conservada en el Archivo Diocesano de Ourense.
  • Durante al menos los primeros seis a ocho años de vida, fue criado como una niña. Esto se debió a que presentaba rasgos físicos ambiguos, lo que en el siglo XIX, especialmente en zonas rurales como Esgos, generaba confusión y estigma.
  • No fue hasta la pubertad —cuando comenzó a desarrollar rasgos físicos masculinos como el crecimiento de vello facial y corporal— que se corrigió oficialmente el sexo en los registros y empezó a ser tratado como varón.
  • Vivió una doble socialización de género: primero como niña, después como niño, lo que generó confusión y rechazo social.
  • Hay registros indirectos que indican que fue objeto de burla o incomprensión en su comunidad, algo que en una sociedad profundamente religiosa y conservadora como la gallega del XIX podía marcar gravemente la identidad de una persona.
  • Algunos expertos creen que esta ambigüedad contribuyó a su posterior aislamiento psicológico y a la construcción de un personaje escurridizo, que fue clave en su modus operandi como asesino.

Educación y primeros años:

Desde joven, la gente reconocía la inteligencia de Romasanta y su habilidad para la literatura. A pesar de las dificultades, logró educarse, lo que era poco común en la Galicia rural del siglo XIX. Su capacidad para leer y escribir contrastaba con su supuesta doble naturaleza, mezclando la erudición con el instinto primal que más tarde lo caracterizaría en su leyenda.

➡️ Los psicólogos forenses han usado este conflicto de identidad temprano para explicar ciertos rasgos de su comportamiento futuro, como la disociación, el aislamiento y su necesidad de camuflarse.

Apariencia física de Manuel Blanco Romasanta: el rostro del asesino que parecía inofensivo

La apariencia de Manuel Blanco Romasanta fue uno de los factores que más desconcertó a quienes lo conocieron. Su físico no reflejaba en absoluto la imagen clásica del criminal brutal o del monstruo de los cuentos populares. Pequeño, reservado y con modales suaves, su figura inspiraba más confianza que temor. Y, sin embargo, detrás de esa fachada se escondía uno de los más terribles en serie documentado en España.

Una estatura que marcaba diferencia

Romasanta medía apenas 1,37 metros, lo que lo convertía en un hombre de complexión muy baja incluso para los estándares del siglo XIX. Los informes judiciales recogieron este dato oficialmente, y tanto médicos como forenses lo destacaron. Algunos usaron su baja estatura como argumento para defender su supuesta incapacidad de ejercer violencia física, aunque los crudos resultados de sus crímenes contradecían por completo esa idea.

Un rostro tranquilo… con sombras

Durante el juicio, varios testimonios destacaron su mirada serena y modales afables, rasgos que le ayudaron a ganarse la confianza de sus víctimas. Tenía el aspecto de un vendedor inofensivo, alguien con quien una madre confiaría el destino de sus hijos. Tenía educación, sabía leer y escribir con corrección, y ese conocimiento le daba prestigio entre la gente humilde del rural gallego.

Pero los informes forenses describen un rostro peculiar: frente ancha, pómulos marcados, ojos oscuros y una barba espesa que le crecía de forma irregular. También se menciona una piel algo deteriorada, con zonas de descamación en el rostro y en las sienes, lo que algunos expertos vincularon a trastornos hormonales o carencias nutricionales.

La imagen del hombre-lobo

Algunos periodistas de la época aprovecharon estos rasgos físicos para reforzar el mito: decían que su mirada cambiaba con la luna, que tenía el gesto tenso, y que su baja estatura lo hacía parecer más ágil, más animal. La prensa hablaba de él como “el lobo de Allariz”, un hombre que podía desaparecer entre la maleza, vivir desnudo en el bosque y atacar con los dientes.

Su físico, lejos de infundir miedo, contribuyó a crear un perfil letal: el del asesino que nadie sospecha. Y quizás por eso fue tan peligroso.

Primeros crímenes y huida de Manuel Blanco Romasanta

Inicio de su carrera criminal

La tragedia personal que vivió Manuel Blanco Romasanta a los 24 años cambió su rumbo para siempre. Su esposa falleció repentinamente, y con ella pareció morir también su vida anterior. Según él mismo declararía años después ante el tribunal, fue entonces cuando una maldición ancestral —una fada— se apoderó de él, condenándolo a transformarse en hombre lobo durante las noches de luna llena.

De sastre respetado a hombre en fuga

Hasta ese momento, Romasanta era un vecino más: sastre de oficio, educado, con fama de trabajador y respetado por su capacidad de leer y escribir, un privilegio inusual en la Galicia rural del siglo XIX. Pero tras la muerte de su mujer, su estabilidad se quebró.

De sastre respetado a hombre en fuga

Hasta ese momento, Romasanta era un vecino más: sastre de oficio, educado, con fama de trabajador y respetado por su capacidad de leer y escribir, un privilegio inusual en la Galicia rural del siglo XIX. Pero tras la muerte de su mujer, su estabilidad se quebró.

El crimen del alguacil y el inicio de la huida

Perdió el taller, acosado por las deudas, y cuando un alguacil (Vicente Fernández) intentó embargarle la tienda, algo dentro de él se rompió. Esta misma noche de 1833 desapareció el alguacil. Semanas más tarde, alguien encontró su cadáver.

Dudas sobre la primera víctima de Manuel Blanco Romasanta

No hay pruebas documentadas de que Manuel Blanco Romasanta cometiera ningún crimen antes del asesinato del alguacil en 1844, pero sí existen sospechas fundadas. Algunos historiadores y criminólogos que han estudiado su caso creen que pudo haber matado antes, basándose en:

  • El grado de planificación y la sangre fría con la que actuó ya en sus primeros crímenes conocidos, lo que sugiere cierta experiencia previa.
  • El tiempo que pasó entre la muerte de su esposa, en torno a 1833, y el asesinato del alguacil en 1844 —más de una década— deja un periodo oscuro en su biografía, un lapso en el que su rastro se vuelve difuso y en el que pudo haber ensayado su método sin dejar huellas.
  • Desapariciones no esclarecidas en la zona durante ese periodo, aunque ninguna puede vincularse con certeza a él.

Aun así, la primera víctima oficialmente reconocida por el tribunal fue el alguacil, y es con ese crimen cuando se inicia su historial documentado como asesino

El juicio de Allariz

Confesiones, víctimas y la leyenda del hombre lobo

En 1852, las autoridades arrestaron a Manuel Blanco Romasanta en Nombela (Toledo), donde se hacía pasar por Antonio Gómez. Su detención marcó el inicio de uno de los procesos judiciales más singulares de la historia española: la causa conocida como “Del Hombre Lobo”. Este proceso, conservado en el Archivo Histórico del Reino de Galicia, consta de más de más de 200 páginas manuscritas y se convirtió en un fenómeno mediático en su época.​

La confesión: 13 asesinatos, 9 probados

Durante el juicio, Romasanta confesó haber asesinado a 13 personas, aunque solo se le pudieron probar nueve homicidios. Romasanta utilizaba su posición de vendedor ambulante y guía para ganarse la confianza de mujeres y niños, prometiéndoles una vida mejor en otras ciudades. Una vez que las víctimas desaparecían, él escribía cartas a sus familiares haciéndose pasar por ellas, asegurando que habían llegado a su destino y estaban bien. Además, vendía las pertenencias de las víctimas en las localidades cercanas, lo que eventualmente levantó sospechas entre los vecinos.​

La defensa insólita: la licantropía como maldición

En su defensa, Romasanta alegó que estaba bajo una maldición que lo transformaba en lobo durante las noches de luna llena. Afirmó que la primera transformación ocurrió en la sierra de San Mamede, donde se encontró con dos lobos que también eran humanos malditos. Juntos, según su relato, atacaron y devoraron a varias personas. Esta defensa fue rechazada por el tribunal, que consideró que actuaba con premeditación y alevosía.

Sentencia conmutada y muerte en prisión

El 6 de abril de 1853, el tribunal condenó a Manuel Blanco Romasanta a muerte por garrote vil tras probarse su responsabilidad en nueve asesinatos. Sin embargo, la reina Isabel II conmutó la pena por cadena perpetua, influida por la petición de un hipnólogo francés que quería estudiar su caso como posible ejemplo de licantropía clínica. Romasanta murió en la prisión de Ceuta en 1863, víctima de un cáncer de estómago.

Un juicio único en la historia de España

Este caso destaca como una rareza en la historia judicial española por haber llegado a considerar la licantropía como una posible defensa legal. Su impacto fue tan profundo que dejó una huella duradera en la cultura popular gallega, donde las leyendas del “Hombre Lobo de Allariz” aún sobreviven entre la tradición oral y la memoria colectiva.

¿Actuaba solo? La supuesta existencia de otros hombres lobo

Durante el juicio de Allariz, Manuel Blanco Romasanta no sólo afirmó estar bajo una maldición que lo convertía en hombre lobo, sino que aseguró no ser el único. Declaró ante el tribunal que otros dos hombres compartían su destino:

“No era yo solo. Éramos tres los malditos. Yo, Antonio y Don Genaro.”

Según su relato, estos compañeros también sufrían la maldición de la licantropía, y juntos se transformaban en lobos durante las noches de luna llena para deambular por los montes. Afirmó que cometían los crímenes en ese estado salvaje, sin recordar con precisión lo que hacían hasta recuperar su forma humana días después.

Sin embargo, nunca se hallaron pruebas de la existencia real de “Antonio” ni de “Don Genaro”, ni nadie más fue juzgado por los crímenes. Esta parte del testimonio se considera hoy una estrategia de defensa, posiblemente ideada para repartir la culpa o alimentar la idea de que actuaba bajo un hechizo colectivo.

Modus operandi: el rastro silencioso del licantropo

El ritual del crimen

El modo de actuar de Manuel Blanco Romasanta fue tan meticuloso como aterrador. Su capacidad para pasar desapercibido, su inteligencia emocional y su conocimiento del entorno le permitieron mantener durante años una doble vida: la de un humilde buhonero de modales afables… y la de un asesino metódico y calculador.

Confianza como arma: el método de acercamiento a sus víctimas

Aprovechaba la confianza que inspiraba para acercarse a mujeres solas, muchas con hijos pequeños, que querían emigrar en busca de una vida mejor. Él se ofrecía a acompañarlas hasta lugares como Santander, donde prometía encontrarles trabajo como criadas. Las convencía con ternura, les inspiraba seguridad, y aceptaba incluso transportar cartas dirigidas a sus familiares. Ninguna de sus víctimas llegó a su destino.

El momento del ataque: de la calma al instinto asesino

Una vez aislados en plena naturaleza, atacaba. En algunos casos, según su propio testimonio, las degollaba mientras dormían junto a una hoguera. En otros, empleaba una violencia bestial: les mordía el cuello hasta desgarrarlo, como si de un animal salvaje se tratara.

El uso del “unto humano”: grasa convertida en remedio comercial

Tras la muerte, el ritual continuaba: con un cuchillo cuidadosamente afilado, extraía la grasa corporal, que después procesaba para vender como ungüento, jabón o sebo. Esa grasa, el “unto humano”, era muy apreciada en la época por sus supuestas propiedades medicinales, especialmente contra la tuberculosis.

¿Licántropo o farsante?

En su delirio o en su mentira, Romasanta afirmaba que tras los asesinatos sufría una transformación física completa: que se convertía en lobo y pasaba varios días vagando desnudo por el bosque, comiendo carne cruda y comportándose como una alimaña. Esta parte fue clave en su defensa: aseguró estar bajo una maldición, que lo convertía en hombre lobo durante las noches de luna llena. Dijo que esa “fada” (hechizo) no lo dejaba en paz, y que durante la transformación no era dueño de sus actos.

Cartas falsas: la estrategia de Romasanta para ocultar sus crímenes

Para evitar levantar sospechas, escribía cartas a las familias de las víctimas haciéndose pasar por ellas. Las cartas decían que habían llegado a su destino, que estaban bien, que no se preocuparan. Con una ortografía y redacción sorprendentemente correctas, Romasanta mantenía la ilusión de que aquellas mujeres y niños seguían con vida.

Venta de los objetos de sus víctimas

Vendía parte de sus pertenencias en ferias y mercados: chales, prendas de ropa, objetos personales que delataban el vínculo con sus víctimas. Uno de estos objetos –un chal que regaló a una mujer en una aldea– fue clave para su caída. Al ser reconocido por un familiar de la desaparecida, se dio la voz de alarma.

Un patrón criminal que se repitió durante años

Su modus operandi, frío y constante, se mantuvo durante al menos tres años, dejando un rastro de cadáveres por Galicia, León y el norte de Portugal. En total, admitió 13 asesinatos, de los cuales 9 fueron probados judicialmente. Todas las víctimas tenían un perfil similar: mujeres pobres y niños indefensos.

Indulto de la pena de muerte a Manuel Blanco Romasanta

Profesor Philips: el científico que desafió a la muerte

Entre los pliegues más insólitos del juicio a Manuel Blanco Romasanta aparece una figura enigmática que rozaba la ciencia y el espectáculo: el doctor Joseph Philips, un presunto hipnólogo y experto en electrobiología llegado desde Francia. Su intervención no solo sorprendió al tribunal de Allariz, sino que cambió el destino del reo.

Una carta a la Reina: ciencia contra ejecución

Tras ser condenado a morir en el garrote vil, Romasanta recibió una inesperada oportunidad de salvación. El profesor Philips dirigió una carta formal al Ministerio de Gracia y Justicia, solicitando que se suspendiera la ejecución para permitir su estudio clínico. Argumentó que el caso no era criminal, sino médico: posible licantropía inducida, histeria transformadora o trastorno mental sin diagnosticar.

La solicitud causó tal revuelo que llegó hasta la reina Isabel II, quien, movida por el interés científico y la excepcionalidad del caso, conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. Gracias a esta intervención, Romasanta fue trasladado al presidio de Ceuta, donde cumpliría el resto de su condena.

¿Un farsante o un pionero incomprendido?

Y aquí comienza el misterio. Del profesor Philips nunca más se supo. No hay constancia de que llegara a visitar a Romasanta en Ceuta, ni de que realizara los experimentos que prometió. No existen publicaciones científicas firmadas por él, ni informes médicos del supuesto estudio del “hombre lobo español”. Algunos historiadores sostienen que su aparición fue una jugada legal maestra, una figura inventada —o al menos exagerada— para evitar la ejecución.

Otros, sin embargo, mantienen viva la hipótesis más inquietante: que Philips sí viajó a España en secreto, que sí estudió a Romasanta… y que sus descubrimientos nunca salieron a la luz por ser demasiado perturbadores para la época.

¿Tenía Manuel Blanco Romasanta una familia influyente?

Hasta donde permiten los documentos históricos y judiciales, no hay constancia de que Romasanta proviniera de una familia con poder económico ni influencia política. Era hijo de Miguel Blanco y María Romasanta, una pareja humilde del pueblo de Rigueiro, en Esgos (Ourense). Su entorno era rural y sin grandes recursos, y tras su nacimiento ya cargaban con varios hijos más, lo que sugiere una familia trabajadora y sin privilegios.

Además, su vida itinerante como buhonero y su necesidad de cambiar de identidad con frecuencia indican que no tenía una red familiar sólida que lo protegiera.

Entonces… ¿quién movió los hilos?

Aquí entra el misterio. Lo más probable es que la petición de clemencia no proviniera de su familia, sino de su defensa legal, que buscó desesperadamente una vía para frenar la ejecución. La figura del profesor Philips podría haber sido una creación o exageración estratégica, una especie de “cebo científico” para captar el interés de la Reina Isabel II en un momento donde el positivismo médico y los experimentos con electricidad y psicología estaban en auge.

No era raro en la época —en plena fiebre del mesmerismo, la frenología y los experimentos con corrientes eléctricas— que casos mediáticos fueran “rescatados” por supuestos estudiosos.

¿Por qué funcionó?

Porque el caso Romasanta tenía todos los ingredientes del morbo decimonónico: superstición, ciencia, psicología, crimen, religión y monstruos. La defensa jugó esa carta con maestría. Que la reina suspendiera una ejecución en el siglo XIX solo por el interés científico ya era un logro monumental.

Muerte en Ceuta y desaparición: el último misterio del hombre lobo

Tras ser condenado a cadena perpetua gracias a la intervención de la reina Isabel II, Manuel Blanco Romasanta fue trasladado a la cárcel del presidio de Ceuta en 1854. Allí pasó sus últimos años, alejado de los montes que conocía y de los caminos donde había tejido su red de crímenes y mentiras.

El juicio había conmocionado a todo el país, pero su final fue silencioso, casi fantasmal. Se sabe que murió en 1863, según consta en los registros oficiales del penal. Pero la historia no acaba ahí.

¿Dónde están sus restos?

No se conserva tumba, ni lápida, ni acta de enterramiento detallada. Su cuerpo nunca fue reclamado por nadie. No hay constancia de un entierro digno. Tan solo una fecha y un lugar: Ceuta, 14 de diciembre de 1863. Ese vacío documental alimentó aún más su leyenda.

Algunos investigadores creen que pudo haber muerto antes, incluso en condiciones extrañas o en alguna celda de aislamiento. Otros, en cambio, apuntan a la posibilidad de que hubiera experimentación médica detrás de su traslado y reclusión final.

El eco de un monstruo en tierra ajena

Ceuta fue su jaula final. Un territorio fronterizo, donde Romasanta vivió sus últimos días con un comportamiento ejemplar, según los informes de los funcionarios del penal. No dio problemas, no mostró violencia. El lobo, aparentemente, había dormido para siempre.

Pero la falta de pruebas materiales de su muerte ha dejado abierta una puerta al mito. En Ceuta, aún hoy, algunos relatos locales aseguran que su espíritu vaga por los alrededores del antiguo presidio, convertido ya en sombra de sí mismo.

Murió como vivió sus últimos años: sin dejar apenas rastro. Como si incluso su final hubiese sido un truco más del hombre lobo gallego.

¿Psicopatía o leyenda?

El caso de Manuel Blanco Romasanta ha sido, desde el primer momento, un terreno pantanoso entre la historia y la mitología. ¿Fue un psicópata frío y calculador que usó la leyenda del hombre lobo como coartada? ¿O realmente creía estar bajo una maldición ancestral? El juicio de Allariz no sólo enfrentó a testigos y forenses, sino a dos formas de entender el crimen: la racional y la sobrenatural.

La estrategia de la licantropía

Durante el proceso judicial, Romasanta no negó los asesinatos. Al contrario, los confesó con una precisión . Pero no asumió la responsabilidad como un asesino corriente. Alegó haber sido víctima de un hechizo —una “fada”— que lo transformaba en lobo durante las noches de luna llena. Decía que durante esos días no era dueño de sí mismo, que perdía la conciencia y despertaba desnudo, cubierto de sangre, entre la maleza.

Manuel Blanco Romasanta no fue solo un asesino. Fue —y es— una herida abierta entre lo real y lo fantástico. Su historia nos obliga a mirar el pasado… y a preguntarnos qué parte del monstruo aún sobrevive en el presente.

No hablaba en metáforas: afirmaba literalmente que su cuerpo cambiaba, que corría a cuatro patas y desgarraba a sus víctimas como un animal salvaje. El detalle con el que describía estas supuestas transformaciones confundió a muchos. ¿Mentía para evitar el garrote vil? ¿O realmente creía en su propia historia?

Los informes médicos

Varios médicos forenses fueron convocados para estudiar su caso. Analizaron su comportamiento, su físico, sus hábitos. El diagnóstico fue claro: no presentaba signos de locura o delirio. Tenía pleno uso de razón, sabía lo que hacía y por qué lo hacía. Razonaba con lógica y se defendía con astucia.

Algunos expertos actuales sostienen que pudo sufrir un trastorno de identidad disociativo o incluso licantropía clínica —una rara condición psiquiátrica en la que el paciente cree transformarse en animal—, aunque esta hipótesis es debatida. Lo que sí parece evidente es que su habilidad para manipular, convencer, mentir y moverse sin levantar sospechas responde más al perfil de un psicópata de libro que al de un poseso.

Un símbolo en la frontera del mito

Más allá del diagnóstico, Romasanta encajó perfectamente en una Galicia de leyendas, de bosques cerrados, de lobos y curanderas. Su historia avivó el miedo ancestral al “sacamantecas”, al hombre del saco, al ogro que acechaba desde la oscuridad. Fue un monstruo real, pero también un mito funcional: encarnaba todos los temores de una sociedad rural marcada por la ignorancia, la superstición y el abandono.

Quizá por eso sigue fascinando. Porque no es sólo un criminal: es la encarnación viva del folklore negro español. Un enigma que todavía hoy nos obliga a preguntarnos: ¿fue un monstruo de carne y hueso… o un lobo nacido del miedo colectivo?

Mitos populares: El eco del hombre lobo en la tradición oral

La figura de Manuel Blanco Romasanta no terminó con su juicio ni con su muerte. Al contrario: empezó su transformación definitiva, no ya en lobo, sino en leyenda. En cuanto su nombre se propagó por los pueblos de Galicia, León y el norte de Portugal, se fundió con los miedos más profundos de la tradición oral. Así nació el mito del “sacamantecas”, del hombre lobo, del guía maldito.

El sacamantecas y el miedo al viajero

Durante décadas, en aldeas gallegas se advirtió a los niños con una frase inquietante:

“No vayas con desconocidos, que viene el sacamantecas.”

Ese personaje atávico —el hombre que asesina para extraer grasa humana— existía en cuentos mucho antes de Romasanta. Pero él lo hizo carne. Lo convirtió en noticia. Le dio rostro y nombre. Dejó de ser un cuento para asustar niños y pasó a ocupar páginas de sumarios judiciales.

Muchos lo creyeron una especie de figura totémica del mal: el caminante amable que oculta un monstruo bajo la piel. Su perfil de buhonero, su dominio de la palabra, su capacidad para calmar y convencer, encajaban demasiado bien en una época en la que la realidad y la superstición aún compartían mesa en las cocinas.

El lobo como maldición heredada

En Galicia, la licantropía no era vista como simple locura. Se hablaba de maldiciones familiares, de transformaciones heredadas por ser el séptimo hijo varón. Se temía a los “peiros” (hombres convertidos en bestia) y a las “meigas” que podían invocar esas metamorfosis. Romasanta afirmó haber sido víctima de una de estas “fadas”. Para muchos vecinos, aquello tenía sentido. Era más fácil aceptar que un hechizo lo había transformado… que aceptar que un hombre cualquiera, amable y educado, podía ser un asesino.

Testimonios imposibles

Con el paso de los años, y especialmente tras su encierro en Ceuta, comenzaron a surgir testimonios imposibles: vecinos que decían haberlo visto transformarse, madres que aseguraban haber oído aullidos humanos en los montes, ancianos que afirmaban que su espíritu rondaba las noches de luna llena. Historias transmitidas en voz baja, al calor del fuego, que poco a poco convirtieron a Romasanta en una figura más del bestiario ibérico, junto a los cocos, los hombres del saco y los vampiros rurales.


Manuel Blanco Romasanta cruzó la frontera entre lo real y lo legendario, y en ese cruce encontró la eternidad. Su historia sigue viva no sólo por sus crímenes, sino porque supo alimentar —o encarnar— los temores que generaciones enteras llevaban en la sangre.

Legado cultural: del miedo rural al mito moderno

La figura de Manuel Blanco Romasanta ha trascendido su época para convertirse en un ícono del folclore criminal español, un cruce único entre historia, superstición y leyenda negra. Su caso es el único documentado en el que un acusado fue juzgado como “hombre lobo” en España, y su eco ha llegado hasta la cultura popular del siglo XXI.

Primer asesino en serie Español El hombre Lobo Romasanta

De los archivos al cine

Durante décadas, Romasanta fue un personaje silenciado, reducido a notas de prensa antiguas y rumores de aldea. Pero en los últimos años, su historia ha vuelto con fuerza. Se han publicado novelas, estudios históricos, programas de televisión e incluso una película: “Romasanta: La caza de la bestia” (2004), dirigida por Paco Plaza y protagonizada por Julian Sands.

El interés por Manuel Blanco Romasanta no ha cesado. El 21 de noviembre de 2024, RTVE emitió un reportaje especial que revisita su figura desde una perspectiva histórica y forense, destacando el impacto cultural de su caso y su influencia en la construcción del mito del “hombre lobo” en España.

La cinta ficcionaliza su vida, mezclando thriller, terror y drama psicológico, pero también consolidó su figura como referente del horror ibérico, al nivel de otros monstruos clásicos como Jack el Destripador o Gilles de Rais.

Un caso de estudio

En el ámbito académico, su proceso ha sido objeto de análisis desde múltiples disciplinas: derecho, criminología, antropología, medicina forense y psiquiatría. La causa de Allariz es estudiada como un caso pionero en la historia del derecho penal español, y su expediente, con más de 2.000 páginas, sigue siendo fuente de debate.

Especialistas han planteado hipótesis sobre su salud mental, sobre posibles intoxicaciones por cornezuelo del centeno, sobre trastornos disociativos o incluso sobre manipulación familiar. Nada se ha podido demostrar con certeza. Y ese halo de ambigüedad es, precisamente, lo que alimenta su mito.

El lobo que nunca se fue

En Galicia, Romasanta ha dejado una huella indeleble. Hay rutas que recorren los escenarios de sus crímenes, museos que conservan documentos de su juicio, y localidades que aún hoy pronuncian su nombre en voz baja. Su figura simboliza el miedo antiguo a lo que no se comprende, a lo que habita en los márgenes.

Manuel Blanco Romasanta no fue solo un asesino. Fue —y es— una herida abierta entre lo real y lo fantástico. Su historia nos obliga a mirar el pasado… y a preguntarnos qué parte del monstruo aún sobrevive en el presente.

Fue un vendedor ambulante gallego nacido en 1809 en Rigueiro (Ourense), que confesó haber asesinado a 13 personas entre 1844 y 1852. Su historia pasó a la historia porque alegó ser un hombre lobo, lo que lo convirtió en el único reo en España juzgado con la licantropía como defensa legal.

Confesó 13 asesinatos, pero el tribunal solo pudo probar 9 de ellos. Todas las víctimas eran mujeres y niños que Romasanta convenció para que lo siguieran prometiéndoles una vida mejor.

Sí. En 1853, el tribunal de Allariz lo condenó a muerte por garrote vil. Sin embargo, la reina Isabel II conmutó su sentencia a cadena perpetua tras recibir una petición de un supuesto hipnólogo francés que quería estudiarlo como caso clínico de licantropía.

Aseguró que sufría una “fada” o hechizo que lo convertía en lobo durante las noches de luna llena. Afirmó que había otros como él, y que se transformaban juntos en la sierra de San Mamede. No se encontró evidencia que corroborase esta versión.

No. Nunca se hallaron pruebas de su existencia. Se cree que Romasanta los inventó para reforzar su defensa o para diluir su responsabilidad.

Según los testimonios y su propia confesión, extraía la grasa corporal de los cuerpos y la utilizaba para fabricar jabones, ungüentos y sebo, que vendía en ferias y mercados.

No. Los forenses de la época concluyeron que sabía distinguir entre el bien y el mal, y que actuaba con plena conciencia de sus actos. Aún así, hoy se debate si podría haber padecido un trastorno disociativo o licantropía clínica.

Falleció en la prisión de Ceuta el 14 de diciembre de 1863, según los registros oficiales, por cáncer de estómago. No se conserva tumba, ni acta de enterramiento detallada, lo que ha alimentado el mito sobre su final.

El caso de Romasanta inspiró cuentos, leyendas y películas, como “Romasanta: La caza de la bestia” (2004). En Galicia, su figura aún vive en la tradición oral como el “sacamantecas” o el “hombre lobo de Allariz”.

¿Se puede visitar algún lugar vinculado a su historia?

Sí. Allariz y los bosques de Ourense conservan parte de los escenarios donde ocurrieron los crímenes. Existen rutas temáticas y exposiciones que exploran su historia desde el punto de vista histórico y antropológico.

Conclusión

El caso de Manuel Blanco Romasanta no es simplemente una anécdota macabra del siglo XIX. Es una grieta en la historia donde convergen la superstición, la pobreza, la enfermedad mental y el sistema judicial de la época. Su figura escapa a una única lectura: ¿fue un asesino despiadado, un enfermo sin diagnosticar, o el producto de una sociedad que proyectó sus miedos más profundos sobre él?

Lo cierto es que su historia nos confronta con los límites entre lo humano y lo monstruoso, entre la justicia y el mito, entre el crimen y la necesidad de explicarlo. Su caso fue único en su tiempo y sigue siéndolo hoy, no solo por su violencia, sino porque en él todavía resuenan las preguntas que más nos inquietan:
¿Puede alguien perder el control por completo? ¿Hasta qué punto la sociedad crea sus propios monstruos?

Romasanta es más que un personaje de leyenda. Es el espejo oscuro de una época que todavía nos habla, y un recordatorio de que el miedo —cuando no se comprende— puede convertirse en la mejor coartada.

Bibliografía

  • Proceso judicial completo de Allariz (1853–1854). Archivo Histórico Provincial de Ourense.
  • “El hombre lobo: historia y mito”, de Javier Arries. Ediciones Luciérnaga, 2016.
  • “Crímenes que cambiaron la historia – Manuel Blanco Romasanta”, docuserie de DMAX.
  • “Romasanta: la caza de la bestia”, película dirigida por Paco Plaza (2004).
  • “El hombre lobo de Allariz”, de Manuel Blanco Chivite. Editorial Toxosoutos, 2003.
  • “Galicia, territorio mítico”, de Vicente Risco. Ensayo etnográfico.
  • Declaraciones y documentos recogidos en el Archivo Diocesano de Ourense.
  • Artículos académicos del Instituto de Medicina Legal de Galicia (IMELGA) sobre criminología histórica.
  • Testimonios recogidos en el programa “Ser Historia” (Cadena SER) – Jesús Callejo y Nacho Ares.
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