Legados del Misterio
escena de exorcismo y posesión demoníaca. Sacerdote alza un crucifijo ante mujer que levita en un pasillo oscuro de iglesia.

Posesiones demoníacas: 3 casos reales y 1 fraude histórico

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¿Qué demonios ocurre cuando el cuerpo humano se convierte en territorio de guerra? Las posesiones demoníacas —ese cruce vertiginoso entre fe, psiquiatría y folclore— siguen martilleando la razón. En este viaje rescatamos cuatro casos de posesión demoníaca avalados por registros oficiales —Anneliese Michel, Roland Doe, Clara Germana Cele y Latoya Ammons— y desenmascaramos el fraude exorcismo de Martha Brossier que obligó a la Iglesia a reformar sus protocolos. Exorcismos reales, cintas de audio prohibidas, “síndromes” clínicos y la misteriosa casa de los 200 demonios se entrelazan para que juzgues por ti mismo. ¿Maldición infernal o trastorno neurológico? Pasa y compruébalo: las sombras toman la palabra.

He mirado durante años a los ojos de la oscuridad y he aprendido que las posesiones demoníacas son un espejo deformante: devuelven temores ancestrales, pero también diagnósticos clínicos y recortes judiciales. Con mis cuadernos llenos de anotaciones y cintas de audio polvorientas, he rastreado casos de posesión demoníaca que aún hoy estremecen a teólogos, forenses y psiquiatras.

Ahora quiero que tú los juzgues. Vamos a repasar casos de posesiones demoníacas reales en los que obispos, médicos y policías firmaron actas oficiales… y también un fraude exorcismo tan estridente que obligó a la Iglesia a cambiar las reglas del juego. ¿Qué hay detrás de Anneliese Michel, Roland Doe, Clara Germana Cele y la famosa casa de los 200 demonios? ¿Cómo un engaño como el de Martha Brossier pudo, paradójicamente, blindar los protocolos contra la sugestión colectiva? Acomódate: estas cinco historias son el corazón palpitante de nuestro dossier.


Caso 1. Anneliese Michel (1952 ‑ 1976)

A veces la frontera entre el infierno y un diagnóstico neurológico cabe en una sola neurona. Lo descubrí mientras examinaba el expediente de Anneliese Michel, la estudiante bávara cuya muerte —tras 67 sesiones de exorcismo— levantó un conflicto sin precedentes entre la Iglesia, la justicia alemana y la psiquiatría moderna.

Retrato en blanco y negro de Anneliese Michel, joven alemana cuyo caso de exorcismo entre 1975 y 1976 inspiró la película El Exorcismo de Emily Rose. Sonríe con expresión serena y melena corta, en una fotografía escolar tomada antes del inicio de los síntomas.

Infancia y primeros síntomas (1952‑1973)

Nacida el 21 de septiembre de 1952 en Leiblfing, creció en un hogar católico riguroso. A los 16 años sufrió su primera crisis tónico‑clónica y los neurólogos del hospital de Würzburg diagnosticaron epilepsia del lóbulo temporal. Con medicación antiepiléptica las convulsiones remitieron, pero aparecieron episodios depresivos y alucinaciones auditivas; Anneliese hablaba de “rostros demoníacos” que le ordenaban alejarse de lo sagrado.

Entre 1970 y 1973 peregrinó a santuarios marianos como San Damiano, Italia. Allí, testigos aseguraron que evitaba el agua bendita y olía “a azufre”. Los médicos añadieron psicosis epiléptica al historial, pero la familia —convencida de que el mal era espiritual— pidió ayuda a sacerdotes locales.

El diagnóstico espiritual y la aprobación del exorcismo (1975)

El jesuita P. Adolf Rodewyk, reputado “demonólogo”, examinó a la joven y afirmó que no había patología alguna; era “posesión demoníaca múltiple”. Su informe persuadió al obispo de Würzburg, Josef Stangl, quien el 3 de septiembre de 1975 expidió la licencia canónica para un “Exorcismus magnum”. Se designaron dos exorcistas: P. Arnold Renz (Salvatoriano) y P. Ernst Alt (párroco de Ettleben).

Las 67 sesiones y el deterioro final (sept. 1975 ‑ jun. 1976)

Durante diez meses, cada miércoles y domingo, los sacerdotes practicaron el rito de 1614. Las cintas magnetofónicas —42 horas de grabación— recogen voces guturales que se identifican como Lucifer, Judas, Caín, Nerón, Hitler y el “Padre Fleischmann” (cura del siglo XVII).

Fotografía en blanco y negro de Anneliese Michel víctima de una posesión demoníaca durante una de las 67 sesiones de exorcismo realizadas entre 1975 y 1976. La imagen muestra su grave deterioro físico, con el rostro demacrado y expresión de sufrimiento, reflejo del proceso extremo al que fue sometida.

En febrero de 1976 Anneliese se niega a comer; sostiene que el ayuno “es parte de la penitencia”. Cuando el padre Alt escribe al obispo alertando de que la joven “es ya un esqueleto”, ningún médico acude. El 1 de julio fallece en su casa de Klingenberg: 31 kg de peso, neumonía y agotamiento extremo. La autopsia atribuye la muerte a deshidratación y desnutrición.

El primer juicio por exorcismo de la Alemania Federal (1977‑1978)

La fiscalía de Aschaffenburg acusó a los padres y a los dos exorcistas de homicidio por negligencia. El proceso comenzó el 30 de marzo de 1978. Peritos neurológicos declararon que padecía psicosis epiléptica tratable; los sacerdotes defendieron que la Constitución protegía la libertad religiosa y presentaron las cintas en la sala.

Fotografía en blanco y negro del juicio por el caso de Anneliese Michel por un caso de pasesiones demoníacas. De izquierda a derecha: el padre Arnold Renz, sacerdote salvatoriano y exorcista oficial; el padre Ernst Alt, párroco de Ettleben y primer defensor de la posesión; Anna Michel, madre de Anneliese; y Josef Michel, su padre. Todos fueron acusados de homicidio negligente tras la muerte de la joven en 1976

Esta imagen histórica, tomada durante el juicio celebrado en Aschaffenburg en 1978, muestra a los principales implicados en el caso de Anneliese Michel: los sacerdotes exorcistas Arnold Renz (izquierda) y Ernst Alt (segundo desde la izquierda), junto a los padres de la joven, Anna y Josef Michel. Todos ellos fueron acusados de homicidio negligente tras la muerte de Anneliese, ocurrida tras 67 sesiones de exorcismo en menos de un año. La fotografía, austera y frontal, encarna el momento exacto en el que la frontera entre fe y responsabilidad legal fue interrogada por un tribunal civil. Para muchos, este juicio marcó el punto de inflexión definitivo entre el ritual ancestral del Exorcismus magnum y la modernidad forense de la psiquiatría alemana.

El 21‑22 de abril los principales diarios internacionales titularon:
“Cries of a Woman Possessed” (The Washington Post) y
“Bizarre exorcism draws suspended prison terms” (The Press‑Courier). Los cuatro acusados recibieron 6 meses de prisión con suspensión y tres años de libertad condicional.


Caso 2. Ronald Edwin “Roland Doe” Hunkeler (Mount Rainier ‑ St. Louis, 1949)

La noche se abría paso a dentelladas contra los postigos de aquella casa modesta de Cottage City, Maryland, cuando los golpes —sordos, insistentes— comenzaron a reptar por las paredes. Las posesiones demoníacas tienen el don de acudir donde menos se las espera y, a menudo, donde más se las desea. Corría enero de 1949 y el adolescente Roland Doe —nombre de guerra con el que la prensa camuflaría la identidad del futuro ingeniero de la NASA, Ronald Edwin Hunkeler— era un muchacho tímido que solo encontraba consuelo en su adorada tía Harriet y en las planchettes del tablero Ouija con el que ambos conversaban, decían, con “algo del otro lado”. Cuando la mujer murió, un escalofrío pareció instalarse de forma permanente en la vivienda familiar.

Primero fueron arañazos tras los tabiques; después, el colchón comenzó a vibrar bajo el cuerpo del chico como si un motor oculto quisiera expulsarlo de la cama. Los médicos lo llamaron “reacción nerviosa”; él lo describió como una fuerza helada que le lamía la espina dorsal. Cada señal era un paso más hacia esa frontera en la que los casos de posesión demoníaca dejan de ser susurro de pasillo para convertirse en expediente eclesiástico.

Con la casa al borde del pánico, el pastor luterano Luther Miles Schulze–hombre juicioso, pero fascinado por la parapsicología– ensayó su propia liturgia de contención: rezos, agua bendita, admoniciones bíblicas. Nada surtió efecto. Consultado por carta, el célebre investigador J. B. Rhine –padre de la parapsicología experimental en la Universidad de Duke– habló de “his­té­ri­a suges­tiva”. Schulze, sin embargo, sentía que esto olía a azufre. Literalmente.

El primer intento de exorcismo

El 20 de febrero Roland ingresó en la unidad psiquiátrica del Hospital de la Universidad de Georgetown. La institución, católica hasta el tuétano, permitió al jesuita padre Edward Hughes practicar allí un exorcismo real. Hughes comenzó la letanía en latín, el chico respondió con injurias de un latín bastardo aprendido quién sabe dónde y, de repente, arrancó un muelle del somier y se lo clavó al sacerdote en el antebrazo. Fin del rito. Alta médica: “agitación histérica”. El demonio, si existía, salía triunfante.

Rumbo a St. Louis: el diario maldito

Pocas noches después apareció un mensaje en su piel, arañado como con garra: LOUIS. La familia lo interpretó como orden y viajó a Misuri, donde residían unos primos. Allí entran en escena los jesuitas de la Saint Louis University. El arzobispo Joseph E. Ritter, cansado de rumores, extendió la licencia canónica más controvertida de su mandato. El director espiritual del campus, padre William S. Bowdern, tomó las riendas; El joven escolástico Walter Halloran fue llamado como apoyo físico y espiritual. Al margen, un tercer jesuita, padre Raymond Bishop, recibió la misión de cronista: su cuaderno, 26 folios, es hoy el documento central de uno de los exorcismos reales mejor sustentados del siglo XX.

Retratos en blanco y negro del padre William S. Bowdern (izquierda) y el padre Walter Halloran (derecha), sacerdotes jesuitas que dirigieron el exorcismo real de Roland Doe en 1949, caso que inspiró la novela y película El Exorcista, el caso de posesiones demoníacas más conocido.

El exorcismo de Roland Doe no fue una intervención aislada, sino un proceso documentado que se extendió durante más de un mes bajo la estricta supervisión eclesiástica. En esta fotografía, aparecen los dos sacerdotes jesuitas que encabezaron el ritual: el padre William S. Bowdern (izquierda), profesor de teología en la Universidad de Saint Louis y exorcista principal, y el padre Walter Halloran (derecha), seminarista que asistió físicamente al muchacho durante las sesiones. Ambos dejaron testimonio —oral y escrito— de los extraños fenómenos de posesiones demoníacas presenciados: levitaciones, fuerza sobrenatural, palabras grabadas en la piel del joven y una voz gutural que emergía “como desde el fondo de un pozo”.

Desde el 16 de marzo, cada noche durante un mes, los sacerdotes se batieron contra gruñidos que parecían brotar de un pozo y contra palabras –“HELL”, “SPITE”, “EVIL”– que surgían en la piel del muchacho en carne viva para luego desvanecerse como tinta simpática. Halloran, corpulento exboxeador, necesitó ayuda de dos seminaristas para sujetarlo el día que los muebles se amontonaron contra la puerta con violencia inexplicable. Él mismo acabaría con la nariz rota cuando el “endemoniado” le lanzó un cabezazo milimétrico.

La madrugada de la liberación

Era Lunes de Pascua, 18 de abril de 1949. Bowdern, exhausto, decidió invocar a San Miguel Arcángel. “San Miguel, defiéndenos en la batalla…”, rezó. Roland abrió los ojos como platos y exhaló un alarido que, según Bishop, “no era humano ni animal”. Acto seguido cayó en sopor profundo. Al amanecer despertó con voz serena: “Se ha ido”. Nunca más –según todos los testigos directos– volvió a experimentar fenómenos extraños.

Después del abismo

Montaje con una fotografía del joven protagonista del caso Mount Rainier y el recorte original del periódico The Washington Post, donde se reporta que fue liberado del demonio mediante un exorcismo católico en 1949. Este caso inspiró la novela y película El Exorcista.

La Iglesia cantó victoria; la medicina habló de remisión espontánea. Roland —ahora Ronald Hunkeler— se graduó en ingeniería, patentó materiales de aislamiento para el programa Apolo y se retiró discretamente a Marriottsville (Maryland). Falleció allí, en su domicilio, el 10 de mayo de 2020, a los 85 años, lejos de los focos que él mismo ayudó a encender. Un año después, The Washington Post desveló su nombre, cerrando un círculo que había comenzado… ¡en las propias páginas del diario! Fue allí donde, en agosto de 1949, un breve tituló: “Priest Frees Mt. Rainier Boy of Possessing Devil”. Un estudiante de la vecina Georgetown, William Peter Blatty, leyó la noticia, tomó nota y, más tarde, parió El Exorcista. El resto es historia del cine y de las posesiones demoníacas en la cultura popular.

¿Demonio o laberinto de la mente?

Los exorcistas sostienen que aquel chaval presentaba todos los signos clásicos: xenoglosia, aversión a lo sagrado, fuerza desproporcionada. Psiquiatras como Richard Flick replican que el latín era mera repetición fonética, la fuerza, adrenalina y las marcas en la piel, autolesiones inconscientes. Investigadores escépticos –Joe Nickell a la cabeza– acusan a los jesuitas de haber pulido sus diarios años más tarde para ajustarlos al guion de Hollywood. Así, el expediente Roland Doe sigue latiendo entre la fe y la razón, alimentando esa zona crepuscular donde los casos de posesión demoníaca no terminan de morir ni de salvarse.


Caso 3. Clara Germana Cele (Misión de Marianhill, Natal – Sudáfrica, 1906)

Cuando aquella muchacha zulú se alzó sobre los mantos del coro nadie habló de brujería: todos pronunciaron la palabra demonio.

Así lo anota la hermana Raphaela en su cuaderno fechado el 8 de septiembre de 1906, día en que —según más de un centenar de testigos— Clara Germana Cele flotó casi metro y medio por encima del altar del colegio St. Michael’s Mission, en Umzinto (Natal), administrado por los misioneros de Mariannhill. Aquel exorcismo, silenciado durante décadas por la jerarquía, es hoy uno de los expedientes mejor documentados del África colonial.

En la espesura cálida de KwaZulu‑Natal, donde las noches africanas parecen tragarse todo atisbo de cordura, una colegiala zulú fue —según testigos— alzada del suelo por manos invisibles y arrojada al centro mismo de la leyenda. Su nombre era Clara Germana Cele y, con apenas dieciséis años, selló uno de los exorcismos reales más citados fuera de Europa; un episodio que aún desvela a misioneros, antropólogos y escépticos.

Vocación y primeros presagios

Huérfana de origen zulú, Clara fue bautizada a los diez años en la misión católica de Umzinto, donde las Hermanas de la Preciosísima Sangre dirigían el internado St. Michael’s Mission. Durante la primera mitad de 1906 comenzó a sufrir pesadillas en las que —decía— una “Sombra” le prometía poder; despertaba hablando en alemán y francés, idiomas que jamás había estudiado. Crucifijos arrancados, hedor sulfuroso y gritos que estremecían los muros blancos del colegio fueron el preludio de lo que vendría.

Ocho de septiembre: la misa que enmudeció la selva

La festividad de la Natividad de la Virgen reunió a alumnas, monjas, soldados coloniales y dos médicos de Durban. En mitad de la homilía, Clara se irguió en trance y levitó más de un metro, flotando con el cuerpo arqueado. Ciento setenta personas la vieron suspendida como un péndulo macabro; sólo cayó cuando el hisopo la roció con agua bendita. El fiscal colonial J. W. Miller levantó acta notarial –hoy conservada en Pietermaritzburg– anotando “levitación prolongada y aversión violenta a lo sagrado”.

Autorización del Santo Oficio y el asalto final

Alarmado, el vicario apostólico Mons. Henri Delalle, O.M.I., cursó telegrama a Roma. La respuesta llegó el 12 de septiembre de 1906: exorcismus ad normam canonis por escándalo público. El rito mayor quedó en manos del Rev. Mansueti, director de la misión, asistido por el P. Erasmus Hörner, confesor de la joven.

Durante la madrugada del 13 de septiembre, Clara rugió en árabe litúrgico al escuchar la letanía latina; expulsó una saliva negruzca “con olor a carbón” y necesitó a cuatro hermanas para ser contenida. Después de cuarenta‑ocho horas de combate espiritual—intercalando rezos en zulú— los sacerdotes invocaron a la Virgen María. Un bramido, descrito como mezcla de bestia y trueno, sacudió los ventanales. Cuando cesó, la muchacha se desplomó, recobró el sentido y pidió agua. El exorcismo había concluido.

Epílogo y muerte temprana

Clara regresó a clase en noviembre sin recaídas. Aquejada de tuberculosis pulmonar —plaga endémica en las misiones— falleció el 15 de diciembre de 1912 con apenas 22 años. Las hermanas la citaron en su necrológico “en olor de santidad”, convencidas de que su sufrimiento expió pecados invisibles. A día de hoy, el expediente de Clara Germana Cele sigue siendo citado en tratados sobre posesiones demoníacas, tanto por la intensidad de los fenómenos descritos como por la seriedad de los testigos implicados —misioneros, enfermeras y religiosas formadas— que registraron levitaciones, xenoglosia y manifestaciones físicas sin explicación médica. Aunque nunca fue canonizada, su nombre circula entre quienes estudian las posesiones demoníacas no solo como anomalías clínicas, sino como episodios límite donde la fe, el sufrimiento y lo inexplicable se entrelazan con una nitidez estremecedora.


Caso 4. Martha Brossier — el fraude que cambió las reglas del juego (Romorantin‑Lanthenay y París · 1598 ‑ 1600)

Los registros más turbios sobre posesiones demoníacas suelen terminar en misterio; este comienza con él y desemboca en sorna. Martha Brossier, hija de un tejedor católico de la campiña de Sologne, cruzó Francia como “endemoniada ejemplar” hasta que la corte de Enrique IV la convirtió en el hazmerreír de los exorcistas. Su historia demuestra que a veces los casos de posesión demoníaca sirven para exorcizar… la ingenuidad colectiva.

El ascenso de la muchacha endemoniada

Primavera de 1598. Martha, 22 años, sufre convulsiones teatrales, habla en latín chapurreado y ruge ante un simple aspersorio. Dominicos itinerantes la alzan como prueba viva de que Dios sigue castigando a los hugonotes: la chica acusa a una vecina protestante de haberla embrujado. Procesiones, cánticos, limosnas. Cada espasmo alimenta el bolso paterno; las monedas tintinean al ritmo del “demonio”.

Charles Miron y el primer experimento “a ciegas”

Septiembre. El obispo de Orléans, Charles Miron, recibe a la supuesta poseída. Escéptico, idea una trampa: entrega a Martha agua corriente presentada como agua bendita; la joven se retuerce como si ardiera. Recita versos de Virgilio haciéndolos pasar por exorcismo; ella contesta con gruñidos infernales. Le coloca un trozo de hierro envuelto en seda fingiendo reliquia de la Vera Cruz; la muchacha grita “¡Me quema!”. Con tres golpes de ingenio, Miron demuestra que lo preternatural era puro teatro.

Representación pictórica del exorcismo de Martha Brossier a finales del siglo XVI, uno de los casos de posesiones demoníacas más conocidos de la Francia preilustrada, que terminó siendo desenmascarado como un fraude mediante métodos médicos y racionales.

Rumbo a París: médicos contra monjes

El caso alcanza la Sorbona. Once físicos reales, encabezados por Michel Marescot, pinchan a Martha con agujas: descubren que la insensibilidad “demoníaca” desaparece cuando ella no espera el pinchazo. El 28 de mayo de 1599 publican dictamen lapidario: “Nada hay de sobrenatural; todo es artificio”. Enrique IV envía circular a los obispos: prohibidos los exorcismos reales sin investigación médica previa. La joven vuelve a Romorantin con la fama destrozada; el padre enfrenta cargos por fraude.

Anatomía del engaño

Investigaciones posteriores revelan su arsenal: autohiperventilación para provocar tetania, raíces irritantes de euphorbia para espumar la boca y latín aprendido de memoria en misas infantiles. Sobre todo, un público dispuesto —y deseoso— de ver al diablo en cada esquina, en una época fascinada por las posesiones demoníacas como prueba palpable del mal. El fraude del exorcismo Brossier acababa de nacer y, con él, la crítica ilustrada que empezaba a cuestionar la veracidad de muchas supuestas posesiones demoníacas en la Europa de los siglos XVI y XVII.

Efectos secundarios de un fiasco

  • Derecho canónico: sínodos regionales imponen informe médico obligatorio antes de cualquier rito público.
  • Medicina: se populariza el término “histeria” para cuadros convulsivos sin causa orgánica.
  • Cultura popular: panfletos satíricos venden miles; “brosser” entra en el argot parisino como sinónimo de “engañar”.
  • Historia de la ciencia: la línea cartesiana entre razón y superstición se perfila años antes de Descartes.

Martha no expulsó demonios; expulsó la credulidad infantil de una Europa que entraba, a trompicones, en la Edad de la Razón. Su mentira fue tan poderosa que aún resuena como vacuna contra la ceguera colectiva. Y así, paradójicamente, esta impostora se ganó un asiento de honor en la hemeroteca de las posesiones demoníacas: la mujer que exorcizó a los exorcistas.


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