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Carl Panzram fue uno de los asesinos en serie más despiadados de la historia de Estados Unidos. Su vida, marcada por el maltrato, el abandono y la brutalidad institucional, lo llevó a cometer 21 asesinatos a sangre fría -“si saliera, mataría a otros 21”. Su caso es un ejemplo extremo de cómo la violencia sistemática puede moldear a un ser humano hasta convertirlo en un depredador sin remordimientos. A través de su historia no solo se revela el perfil de un criminal, sino también el fracaso absoluto del sistema penitenciario que, lejos de rehabilitar, agravó su violencia.
Hoy nos adentramos en la oscuridad de Carl Panzram, un asesino en serie que, lejos de buscar redención, encontró en la prisión el combustible de su odio. Su relato despierta preguntas incómodas: ¿qué tipo de infierno puede forjar una mente tan devastada? ¿Qué papel juega la cárcel cuando, en lugar de contener el mal, lo fortalece? Panzram no solo fue un criminal brutal; fue también el producto más extremo de una sociedad que le negó toda compasión desde la cuna.
¿Por qué ejecuta a sus víctimas? Para muchas personas, lo importante no es el por qué, sino el cómo. La condición humana tiende a inclinarse hacia el detalle morboso, hacia la mecánica del crimen, más que hacia su raíz. Sin embargo, preguntar por qué exige detenerse, pensar y reflexionar. Un por qué lleva inevitablemente a otro, y después a otro más. Y no todos están dispuestos a enfrentarse a esa cadena de incómodas respuestas.
Orígenes del asesino en serie Carl Panzram
El abandono del padre y la violencia en casa
Carl Panzram nació el 28 de junio de 1891 en el condado de Polk, en Minnesota. Fue el menor de siete hermanos en una familia de inmigrantes prusianos. John y Matilda Panzram, que vivían en condiciones precarias, como muchos campesinos de la época. Su padre, un hombre autoritario y violento, imponía la disciplina con extrema severidad: trataba a sus hijos como si fueran animales de carga, a base de gritos y golpes, sin distinguir entre edades ni sexos. Para él, lo único que importaba era que sus órdenes se cumplieran de inmediato.

Lugar de-nacimiento de Carl Panzram. East Grand Forks, Minnesota. Tomada aproximadamente entre 1905 y 1915.
Un asesino en serie se forja en un entorno desestructurado
John, el padre, abandonó a su mujer y a sus siete hijos sin dar ninguna explicación. Matilda quedó al frente, con la responsabilidad de alimentar y mantener a la familia como pudiera. Los hermanos mayores asumieron el control de la casa tal como su padre les había enseñado: mediante órdenes duras y golpes. El pequeño Carl era el último eslabón de esa cadena de violencia, recibiendo los castigos más brutales. Recordaba palizas tan inmisericordes por parte de sus hermanos que llegaban a dejarlo inconsciente. En cuanto a su madre, Carl afirmaba que no mostraba ningún afecto y que era, según sus propias palabras:
“demasiado estúpida como para enseñarme algo que valiera la pena”.
Reformatorios violentos y abusos religiosos que transformaron la mente del asesino en resie
Aquella nefasta escuela de vida que fue su familia empujó a Carl a buscar atajos. A los ocho años robó en una granja vecina, pero lo atraparon antes de que pudiera huir. Ese fue su primer delito y también su primera gran frustración. Tras recibir una paliza de sus hermanos, lo enviaron durante una buena temporada a un reformatorio. Allí, los celadores corregían a los jóvenes a base de golpes, utilizando reglas y correas de cuero como método habitual de disciplina.
A principios del siglo pasado, las instituciones correccionales funcionaban sin supervisión externa, lo que dejaba el control total del lugar en manos de los encargados de turno. Esta falta de vigilancia permitía abusos que hoy resultarían impensables. Muchos de estos reformatorios para menores estaban gestionados por facciones religiosas puritanas, como los luteranos episcopalianos, cuyos métodos combinaban la coerción con la imposición de la fe como vía de redención. Panzram, que apenas tenía instrucción, fracasaba constantemente en las tareas escolares y de lectura, lo que lo convirtió pronto en blanco de palizas y reprimendas.
Odiaba a la raza humana, incluido a mí mismo.
La juventud del asesino en serie estuvo marcada por el odio
Ruptura con la religión y acumulación de odio
En octubre de 1903, enviaron a Carl Panzram al Minnesota State Training School, un reformatorio juvenil ubicado en Red Wing, Minnesota. Este centro, actualmente conocido como Minnesota Correctional Facility–Red Wing, fue fundado en 1889 con el objetivo de rehabilitar a jóvenes delincuentes. Sin embargo, durante la estancia de Panzram, el reformatorio era conocido por las severas condiciones y abusos que sufrían los internos. Panzram relató en sus memorias que fue víctima de constantes palizas, torturas y abusos sexuales por parte del personal del centro. Estas experiencias traumáticas contribuyeron significativamente a su desarrollo como uno de los asesinos en serie más notorios del siglo XX .

Reformatorio Juvenil Red Wing, Minnesota State Training School, inaugurado en 1889. Esta fotografía fue tomada una década después de su inauguración.
Desde aquellos días, Carl empezó a construir en su interior una visión distorsionada de la cristiandad, el bien y el mal. En lugar de desarrollar valores, ética o sentido moral, lo que acumulaba era un odio feroz hacia la sociedad. Dentro de su cabeza se apilaban razones para detestar a la humanidad, listas para estallar por cualquier motivo. En su entorno comenzó a imponer su voluntad con violencia, hasta que un día rompió con un tablón la cabeza de un celador. Por ese acto brutal, lo sometieron a una represalia que aún no conocía.
Tortura institucional y primeros actos de venganza. Comienza a consolidarse los rasgos del asesino en serie.
Lo colgaron de un gancho y lo torturaron con cinturones, azotes y palos de madera. Pasó semanas recuperándose del maltrato y alimentando en silencio su deseo de venganza. Finalmente, la oportunidad llegó: construyó un ingenioso dispositivo con el que prendió fuego a uno de los edificios del reformatorio. Las instalaciones, valoradas en más de 100.000 dólares de la época, ardieron hasta los cimientos. Desde la distancia, Carl observó el incendio con una mezcla de satisfacción y furia contenida.
A los dos años salió del reformatorio. Tenía apenas diez años de vida, y todo lo que conocía hasta entonces eran torturas. Su personalidad ya se había forjado: decidió que destruiría o mataría cualquier cosa que se interpusiera en su camino. A finales de 1905, con 14 años, compareció ante el Comité de Libertad del Reformatorio y logró convencerlos de que había cambiado. Afirmó que, gracias a las enseñanzas cristianas de los maestros, se había reformado por completo.
Pero en su interior guardaba un discurso muy distinto. Según sus propias palabras, en el reformatorio no aprendió valores ni redención, sino a mentir, robar, incendiar y matar. Además, allí descubrió otros usos del pene más allá de orinar, y del ano más allá de sus funciones fisiológicas.
El regreso a casa del asesino en serie
Su madre, como responsable legal, lo reclamó del reformatorio para llevarlo de nuevo a casa, convencida de que había logrado reconducir su comportamiento. Pero pronto descubrió que la realidad era muy distinta: su hijo ya no era el mismo. Carl se había transformado en un ser silencioso y oscuro. Al principio, Matilda esperaba amor y respeto por parte de él, pero con el tiempo comprendió que esos sentimientos se habían convertido en desaprobación y odio. El propio Carl, años más tarde, lo resumió con crudeza: “Ella era muy tonta para enseñarme algo bueno”.
Rechazo escolar y primer intento de armarse
Desde el principio, Carl se negó a trabajar al ritmo impuesto por su padre antes de marcharse, un régimen que sus hermanos aún mantenían: jornadas agotadoras de sol a sol sin beneficio real para nadie. Mostrando su habilidad para manipular, convenció a su madre de que lo dejara volver a la escuela. Ella aceptó, prefiriendo eso a discutir constantemente con él o permitir que sus hermanos volvieran a cebarse con el más pequeño. Sin embargo, Carl no buscaba aprender, sino evitar el trabajo. En el aula se topó con un maestro que intentó corregirlo a base de castigos físicos, reprendiéndolo y golpeándolo públicamente con una correa. Entonces, en la mente del joven se empezó a formar un plan para acabar con aquel trato que consideraba injusto.
A escondidas, Carl Panzram tomó una pistola que su padre había dejado al marcharse y la llevó a la escuela con la intención de mostrársela a algunos compañeros. Durante el forcejeo entre ellos, el arma cayó al suelo y provocó un fuerte ruido que alertó al profesor. Al descubrir lo ocurrido, el maestro lo expulsó de inmediato y le prohibió regresar jamás. Después de aquel hecho, Carl no podía seguir viviendo en casa. Él no soportaba a su familia y su familia tampoco lo quería allí. Así comenzó su periplo definitivo por el mundo.
Un asesino en serie huérfano, vagabundo y sin rumbo
Carl dejó la granja de Minnesota y abrazó la vida de vagabundo. Se subió al primer tren de carga que encontró, sin importar el destino, convencido de que su propósito sería rogar, engañar y hacer daño a cualquiera que se cruzara en su camino. Lo único claro para él era que debía alejarse de su origen.
La violación que lo transformó para siempre en un asesino en serie incipiente
En el vagón coincidió con cuatro polizones mayores que él, jóvenes menesterosos que, aunque parecían compartir el mismo destino, tenían intenciones muy distintas. Tras una breve conversación aparentemente amistosa, lo sujetaron entre todos y lo violaron en grupo. Al terminar, lo arrojaron del tren para no dejar rastro. Aquella experiencia lo marcó para siempre. Si aún quedaba algo de humanidad, misericordia o simpatía en su joven espíritu, aquel acto terminó por extinguirlo del todo. Desde entonces, Carl vagó de un lugar a otro sin otro propósito que sobrevivir.
Nuevas detenciones, desconfianza y violencia
Carl Panzram siempre andaba con cautela, cuidándose tanto de otros vagabundos como de los oficiales ferroviarios, que a menudo resultaban más peligrosos. Si alguna esperanza quedaba en su interior, comenzaba a desvanecerse. En 1906, lo sorprendieron robando y, por su corta edad, lo enviaron nuevamente a un reformatorio, esta vez en el estado de Montana. Allí no tardó en ganarse la reputación de ser un joven criminal, lo que atrajo la atención de un guardia que lo tomó como objetivo personal: lo sometía a burlas, castigos y tareas humillantes que lo separaban del resto.
Ataque al sistema y segunda gran fuga de Carl Paznram
Una vez más, si el mundo no era justo, Carl Panzram decidió serlo por su cuenta. Atacó brutalmente al guardia que lo maltrataba, golpeándolo en la cabeza con un palo cuando este le dio la espalda. Tras la agresión, los superiores del reformatorio lo sometieron a múltiples palizas y lo pusieron bajo estricta vigilancia. Sin embargo, en 1907 logró escapar de nuevo, esta vez acompañado por un cómplice que compartía su desprecio por la autoridad.
El cómplice se llamaba Jimmy Benson. Juntos viajaron hacia el este cometiendo robos y quemando iglesias, una actividad que, para Carl Panzram, se volvió una forma de desahogar su odio visceral contra todo lo relacionado con la religión, sin hacer distinciones. Durante aproximadamente un mes, acumularon dinero y armas, siempre obtenidos por medios delictivos. Finalmente, por motivos no especificados, ambos decidieron separarse y continuar sus caminos por separado.
Falsa esperanza en la Marina
A finales de 1907, con apenas 16 años, Carl Panzram se encontraba deambulando por Helena, Montana, cuando escuchó a un reclutador del Ejército de los Estados Unidos dando un discurso en un bar. Ebrio y sin rumbo claro, decidió mentir sobre su edad y alistarse esa misma noche. Fue admitido sin verificar su verdadera identidad ni su historial delictivo. Poco después, fue destinado al Fort William Henry Harrison, una instalación militar situada en las afueras de Helena, conocida por su aislamiento y rigidez disciplinaria.

Fotografía de Fort William Henry Harrison, a donde Carl Panzarm fue destintado en 1907.
Fort Leavenworth: la brutalidad militar que forjó al asesino en serie
Desde el primer momento, Panzram mostró una actitud desafiante hacia la autoridad. Se negaba a obedecer órdenes, mostraba un carácter insolente y se involucraba en conflictos con sus superiores. La rebeldía de Carl culminó en abril de 1908, cuando lo sorprendieron robando suministros militares por un valor aproximado de 90 dólares, con la aparente intención de desertar. Este acto no solo confirmó su incompatibilidad con la vida militar, sino que también lo puso directamente en el punto de mira de la justicia castrense.

El entonces Secretario de Guerra, William Howard Taft, aprobó personalmente su sentencia: tres años de prisión en la Penitenciaría Militar de Fort Leavenworth, en Kansas. Esta condena marcó el inicio de su historial penitenciario formal como adulto. Allí, Carl Panzram comenzó a escribir su nombre en los registros de los sistemas penales de Estados Unidos, desarrolló aún más su odio hacia la autoridad y alimentó la brutalidad que definiría su vida posterior.
El Secretario de Guerra, William Howard Taft, aprobó personalmente la sentencia que llevó a Carl Panzram tres años en la Penitenciaría Militar de Fort Leavenworth, en Kansas
Ingreso en Leavenworth
Una vez condenado, trasladaron a Carl Panzram en un tren militar junto a otros reclusos considerados peligrosos. Recorrió más de mil millas en condiciones infrahumanas, sin alimento ni agua, encerrado durante todo el trayecto. El destino era la penitenciaría de Leavenworth, una antigua prisión utilizada durante la Guerra Civil para alojar prisioneros de guerra. Allí, con apenas 16 años, quedó sometido a un régimen extremadamente severo basado en el silencio absoluto, considerado por las autoridades del centro como herramienta principal de corrección y redención.
Silencio obligatorio y castigo físico
El régimen de silencio absoluto formaba parte de las costumbres penitenciarias de la época y se consideraba esencial para la reforma de los presos. Se creía que el aislamiento verbal inducía a la reflexión necesaria para que los reclusos asumieran sus culpas y evitaran reincidir. Cada día, sin importar el clima, los internos formaban en los patios en completo silencio, y cualquier infracción al código recibía castigos inmediatos y severos. Sin embargo, Carl Panzram, fiel a su carácter indomable, pronto entró en conflicto con los celadores, desafiando las normas y generando continuas tensiones.
Carl Panzram sufría constantes palizas por parte de los guardias y largos periodos de aislamiento que deterioraban aún más su estado físico y mental. Frustrado por no poder escapar, la desesperación lo llevó a ejecutar una venganza a su manera: incendió parte de las instalaciones de la prisión. A pesar de la gravedad del acto, no se presentaron cargos formales en su contra por aquel incendio.
Tortura diaria y liberación con sed de venganza
La vida en prisiones como Leavenworth se mantenía en un frágil equilibrio entre la violencia contenida y una aparente paz impuesta. Los guardias imponían la disciplina por encima del orden, mientras los prisioneros intentaban resistirse o escapar de la presión constante a la que los sometían. La única forma que conocían para ejercer control era mediante castigos físicos y torturas, ya que se enfrentaban a individuos tan peligrosos como ellos mismos los concebían.
Pazram, como todos los más rebeldes, estaba sujeto a una bola de acero de 22 kilos
que debía llevar a donde fuera y durante 10 horas al día, 7 días a la semana, picaba piedras.
Sin duda, un ejercicio físico implacable que como resultado fue que adquirió un cuerpo muy fuerte y musculoso. Tras soportar abusos y castigos extremos durante su estancia en la penitenciaría, Panzram salió en libertad en 1910 con la firme resolución de no regresar jamás a aquel lugar que tanto dolor le había causado.
La escalada criminal
Sexo como castigo y herramienta de control
A los 19 años, recién salido de la penitenciaría de Leavenworth, Carl Panzram no tenía hogar, familia ni amigos. No le quedaba un solo lugar al que llamar suyo. A pesar de su porte masculino y sin ser necesariamente homosexual, nunca mostró interés por las mujeres. En cambio, canalizaba su potencia sexual como instrumento de venganza y humillación, una forma brutal de responder a los abusos sufridos desde la infancia. Asaltaba y violaba a cualquier hombre que se cruzara en su camino, sin importar raza, edad ni condición, siempre que fuera una víctima posible de dañar.
A los 11 años, Carl Panzram fue enviado al Minnesota State Training School, un reformatorio en Red Wing, tras cometer cinco delitos graves, entre ellos el robo de un arma de fuego y un intento de asesinato contra una maestra. Esta institución, que supuestamente debía rehabilitarlo, se convirtió en el escenario de abusos físicos y sexuales que marcaron profundamente su personalidad. Lejos de corregir su conducta, el reformatorio alimentó su odio hacia la humanidad, tal como él mismo confesaría años más tarde. Allí, en palabras del propio Panzram, comenzó a gestarse su deseo de venganza contra todo lo que representara autoridad y sociedad.

Esta fotografía muestra el Minnesota State Training School, un reformatorio en Red Wing en 1903.
La red de alias de Panzram: engaños, fugas y falsas identidades
Carl Panzram fue arrestado bajo el alias Jeff Rhoades en noviembre de 1913, tras escapar de la Prisión Estatal de Montana en Deer Lodge, donde había sido encarcelado previamente bajo el nombre de Jefferson Davis. Después de su fuga el 13 de noviembre, fue arrestado nuevamente en Three Forks, Montana, por robo, utilizando esta vez el alias Jeff Rhoades. Fue devuelto a la prisión de Deer Lodge, donde cumplió una condena adicional hasta su liberación el 3 de marzo de 1915.
Carl Panzram se caracterizaba usar de múltiples identidades para evadir a las autoridades. El alias “Jefferson Davis” fue uno de los varios que empleó durante sus actividades delictivas en el noroeste de Estados Unidos.

Primera forotrafía de Carl Panzram. Fue arrestado bajo el alias Jefferson Davis en noviembre de 1913, tras escapar de la Prisión Estatal de Montana en Deer Lodge.
Todas sus ideas giraban en torno al daño por el simple placer de causar mal. Aprovechaba cualquier circunstancia, incluso sin conocer a la víctima ni verle jamás el rostro. En su errancia, dejaba suelto el ganado o a los caballos, y cuando robaba, lo primero que buscaba eran armas; luego incendiaba los lugares: graneros, cobertizos, cabañas, pastizales o parajes abandonados.
Ruta del asesino en serie por todo EE. UU.
Varias veces fue detenido por robo y otras tantas logró escapar de las penitenciarías. En una ocasión, mientras viajaba con dos vagabundos en un vagón de tren, planeaba violar al más joven cuando un oficial ferroviario apareció e intentó extorsionarlos. Panzram, más astuto que todos y sin nada que perder, lo encañonó, le robó el reloj y el dinero, y acto seguido lo violó, persuadiendo luego a los otros dos para que hicieran lo mismo. Al terminar, los arrojó del tren y continuó solo rumbo a Oregón.
La vida de Carl Panzram se repitió en un ciclo constante de delitos cada vez más atroces: detenciones, fugas, castigos, venganzas, robos e incendios. Era una noria del terror que no se detenía. Desde su salida de Leavenworth en 1910 hasta 1915, su existencia fue exactamente eso.
Estancia en la prisión de Montana (circa 1913) bajo el alias Jefferson Davis
Después de una serie de delitos menores, Panzram fue arrestado nuevamente hacia 1913 en el estado de Montana. Esta vez utilizó el alias “Jefferson Davis”, con el que intentaba ocultar su identidad y esquivar sus antecedentes penales. Ingresó en la Penitenciaría Estatal de Montana, donde continuó exhibiendo su carácter desafiante y violento. No tardó en ganar reputación entre los celadores por su actitud insolente y por sus constantes intentos de fuga. Esta etapa marca una transición: aunque aún no había cometido asesinatos, ya vivía completamente al margen de la ley, huyendo de la autoridad e incubando su odio contra el sistema.

Fotografía policial tomada en Montana State Prison (Deer Lodge) entre 1913 y 1915.

Ingreso en la Penitenciaría Estatal de Oregón (1915)
En junio de 1915, Carl Panzram fue arrestado en Astoria, Oregón, tras cometer un robo y utilizar el alias “Jefferson Baldwin”. Fue condenado a siete años de prisión y trasladado a la Penitenciaría Estatal de Oregón, en Salem, donde se le asignó el número de prisionero 7390. Esta prisión, ya conocida entonces por sus duras condiciones, supuso para él un nuevo descenso al infierno.
Durante su estancia, fue sometido a repetidas palizas, aislamiento y trabajos forzados, medidas que en vez de reinsertarlo no hicieron más que reforzar su odio hacia las autoridades y su determinación de vengarse del sistema.
Fotografía tomada cuando Carl Panzram utilizaba el alias Jeff Baldwin, en 1915
Otto Hooker y el asesinato de Harry Minto (1917)
En septiembre de 1917, Panzram ayudó a escapar a su compañero de celda Otto Hooker, un prisionero violento que compartía su desprecio por los guardianes. La fuga tuvo consecuencias fatales: durante la huida, Hooker asesinó al superintendente de la prisión, Harry Minto, en Albany, Oregón. Este hecho conmocionó al sistema penitenciario del estado y provocó una caza implacable de los fugitivos. Poco después, las autoridades lograron localizar a Panzram en el condado de Linn. Tras un breve tiroteo, lo capturaron de nuevo y lo devolvieron a la prisión.

Otto Hooker, preso al que Carl Panzram ayudó a escapar
Última fuga de Oregón (1918)
Tras su recaptura, Panzram pasó varios meses más bajo vigilancia estricta. Sin embargo, el 12 de mayo de 1918, aprovechó un descuido de los carceleros y se fugó por segunda vez. En esta ocasión, logró escapar definitivamente del estado y nunca más regresó al noroeste del Pacífico.
Asesino en serie itinerante en la costa este
Carl Panzram continuó su carrera de destrucción, aunque con mayor cautela, y en 1920 se estableció en New Haven, Connecticut, una ciudad con gran actividad en la que podía pasar desapercibido para la policía. Desde su punto de vista, allí había mucho trabajo por hacer: si no asaltaba a un borracho, violaba a jovencitos o irrumpía en casas y residencias para saquearlas.
Robo audaz de Carl Panzram en casa presidencial
Un día, sin saber en qué casa se estaba metiendo, Carl Panzram irrumpió en una residencia de apariencia aristocrática y comenzó a reunir joyas, dinero y armas. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que se encontraba nada menos que en la casa del expresidente de los Estados Unidos, William H. Taft, a quien culpaba de haberlo enviado a Leavenworth, donde cumplió tres años de trabajos forzados. El botín fue considerable: entre otras cosas, se llevó un fajo de 3.000 dólares, un revólver Colt calibre .45 y varias joyas.
Lo irónico —y casi cinematográfico— del caso es que años antes, cuando Carl Panzram tenía solo 16 años y fue arrestado por robar en el Ejército mientras estaba destinado en el Fort William Henry Harrison, fue el entonces Secretario de Guerra, William H. Taft, quien aprobó personalmente su condena a tres años en la prisión militar de Fort Leavenworth. Años después, sin saberlo al principio, Panzram entró a robar precisamente en la casa de ese mismo hombre, ya convertido en expresidente de los Estados Unidos. Según sus propias palabras, cuando descubrió de quién era la casa, sintió que el destino le había ofrecido una especie de revancha personal.
Aunque no se sabe con certeza en qué ciudad ocurrió el famoso robo, todo indica que Carl Panzram irrumpió en la residencia de William H. Taft en New Haven, Connecticut, en 1920. En ese momento, Panzram vivía en la ciudad y cometía robos de forma habitual. Según su confesión, no supo que era la casa del expresidente hasta que ya estaba dentro, lo que interpretó como una especie de revancha personal. La casa más probable es la Taft Mansion en 111 Whitney Avenue, cuya apariencia en la década de 1930 coincide con la época del robo.
El velero Akiska: la caza nocturna del asesino en serie en Nueva York
Con el dinero y las joyas robados a William H. Taft, el serial killer compró un velero de segunda mano, lo rebautizó Akiska y fondeó en los muelles de la ciudad de Nueva York. Todas las noches recorría tabernas de la ribera buscando marineros solitarios. Les prometía ron, comida caliente y un puesto en alta mar; cuando subían a bordo los emborrachaba, los violaba y les disparaba con la Colt .45 sustraída en New Haven. Los cadáveres los lastraba con cadenas o los arrojaba cerca de Execution Rocks Light, un faro bien conocido por los habitantes de Long Island Sound. A lo largo de un año mató así a diez hombres sin levantar sospechas: la policía atribuía los cuerpos hinchados a naufragios o ahogados anónimos.

El velero Akiska de Carl Panzram
El asesino en serie en África: crímenes en Angola
En 1921 y tras varias escaramuzas, Panzram huye del estado y aborda un buque mercante con el que termina en Angola, África. Antes era colonia portuguesa. En ese territorio africano se emplea en una compañía petrolera que por ese entonces exploraba yacimientos en aquellas tierras. Un día, que estaba sentado sin hacer nada, por azares del destino llegó un niñito negro, no mayor de 11 años, y sin que pasaran más que unos instantes, Panzram lo atacó, primero engañándolo, llevándolo a un lugar apartado donde lo violó y asesinó con una enorme piedra en la cabeza. Carl se adaptó al lugar y trataba de sacar partido de las potencias que las circunstancias le proveían.
Retrato de una mente descompuesta
En una ocasión, Carl Panzram organizó una expedición río arriba para cazar cocodrilos y contrató a seis nativos locales como asistentes. Una vez en plena selva, sacó su pistola y los asesinó uno por uno. Luego utilizó los cuerpos como cebo para atraer a los cocodrilos. Cuando regresó solo y con un alijo considerable de pieles, las sospechas no tardaron en surgir entre los que lo habían visto partir acompañado.
Por el celebro les salía los sesos cuando los dejé.
Un nuevo asesino en serie llegado a tierras europeas
Tras cometer varios crímenes en África —incluyendo robos y asesinatos que él mismo confesó en su manuscrito de 1929—, Carl Panzram llegó a Portugal en 1922, posiblemente a bordo de un buque mercante en el que trabajaba como marinero o polizón. Una vez en tierras portuguesas, robó una embarcación pequeña y, según su propio relato, cruzó hasta España por mar. Aunque no especifica qué puerto tocó ni cuánto tiempo permaneció allí, se sabe que usó el país como vía de paso en su ruta hacia otros destinos europeos.
En sus confesiones, Panzram no detalla ningún crimen cometido en España, pero teniendo en cuenta su patrón de comportamiento —robo, violación y asesinato casi en cada ciudad por la que pasaba—, no puede descartarse que cometiera actos violentos durante su estancia. Su paso por el país fue fugaz en el papel, pero probablemente mucho más inquietante en la realidad. Lo cierto es que España aparece como un punto oscuro en su recorrido, sin pruebas directas, pero con muchas posibilidades abiertas.
Escocia, 1922: la detención sin rastro y el misterio de la prisión de Saughton
Desde allí, según su propio testimonio, se dirigió a Francia y luego a Escocia, donde asegura que fue arrestado tras robar en una vivienda de clase alta, posiblemente en Edimburgo, aunque nunca lo especificó con claridad. No existen registros oficiales ni fotografías que confirmen su detención, condena o deportación desde el Reino Unido, y es probable que usara uno de sus muchos alias —como Jefferson Baldwin—, lo que complica aún más su trazabilidad en los archivos británicos. Solo afirmó que cumplió una breve condena y fue expulsado del país, pero todo este episodio permanece envuelto en sombras, como tantas otras etapas de su itinerario criminal por Europa.

HM Prisión Edinburgh. Posible destino final de Carl Panzram en Europa en 1922
Si Panzram fue realmente arrestado en Escocia en 1922, como él afirmó, la única prisión plausible es HM Prison Edinburgh (Saughton), inaugurada en 1920 para reemplazar a la antigua Calton Jail, ya cerrada. La coincidencia de fecha y ubicación la convierte en la opción más lógica. Sin embargo, no existe ningún registro oficial que confirme su paso por allí, posiblemente porque usó un alias, su condena fue breve o nunca fue identificado como el verdadero Carl Panzram.
Intento de reorganización y nuevas trampas
Recién regresado a Estados Unidos, el asesino en serie Carl Panzram decidió renovar su licencia de marino y gestionar los papeles de su viejo bote, el Aquista. Sin embargo, no lo movía un interés genuino por una vida legal, sino la intención de recorrer distintos puertos hasta encontrar un yate similar que pudiera robar y rebautizar con el mismo nombre. Así emprendió su búsqueda, viajando sin éxito por varios lugares, hasta que llegó al pueblo de Salem, en Massachusetts.
Crimen atroz contra un niño en Salem
Mientras paseaba por una calle de Salem, Carl Panzram se encontró a solas con un niño que trabajaba en un restaurante cercano. El pequeño había salido a cumplir un encargo, y Panzram, fingiendo amabilidad, le ofreció cinco centavos para que también hiciera uno para él. El niño aceptó con confianza, y ambos entraron juntos a una tienda. Al salir, Panzram le propuso dar una vuelta en su barco —un barco que ni siquiera tenía— y lo llevó a un paraje solitario.
Allí, durante tres horas, lo torturó y violó antes de asesinarlo golpeándole la cabeza con una roca. Para que no se oyeran sus gritos, le había llenado la boca con hojas de una revista. Luego escondió el cuerpo bajo unas ramas y se dio a la fuga. Dos vecinos de Salem lo vieron alejarse apresurado y con un periódico en la mano. Tres días después, la policía encontró el cadáver del niño: solo tenía 11 años.
Robo, abuso y la fuga de Walosin
Tras el asesinato en Salem, Carl Panzram se dirigió a Nueva York y luego recorrió el área de Connecticut, hasta que dio con el yate perfecto para robar. Una vez a bordo, comenzó a navegar con sorprendente destreza, aprovechando cualquier oportunidad para asaltar embarcaciones y apropiarse de joyas, ropa y armas, que luego vendía. En junio de 1923, mientras navegaba por el río Hudson, se encontraba acompañado por un adolescente de 15 años llamado George Walosin. El joven compartía el gusto por la sodomía de Carl Panzram, sin embargo este último cometió el error de violarlo. George Walosin decidió huir y a la primera oportunidad salta al agua para nadar hasta tierra firme. Buscó a la policía y lo puso en su conocimiento los abusos cometidos contra su persona.

Huida final y reincidencia sexual
Las autoridades organizaron una operación para capturar al escurridizo Carl Panzram. Tras nuevos arrestos, fugas y engaños —incluida una estafa a un abogado— se descubrió que el barco en el que viajaba era robado, lo que provocó que quedara varado en tierra.
Fotografía tomada en uno de los arrestos de Carl Panzram
No tardó en reincidir: violó a otro joven y siguió cometiendo robos a su paso. Intentó embarcarse rumbo a China como tripulante de un buque mercante, pero una pelea a bordo provocó que lo expulsaran y lo dejaran nuevamente en tierra.
Robo fallido y detención final
Sin dinero, hambriento y sin rumbo claro, Carl Panzram se desplazaba por la costa este de Estados Unidos en busca de nuevas víctimas y oportunidades para delinquir. El 29 de junio de 1923, fue arrestado en Nyack, Nueva York, bajo el alias de “Captain John O’Leary”, después de que un adolescente llamado George Walosin lograra escapar de su yate y denunciarlo a la policía. Las autoridades lo imputaron con varios cargos, incluyendo robo y abuso sexual, y se le impuso una fianza de 5.000 dólares. Este arresto marcó el inicio del fin para Panzram, que ya era buscado en múltiples jurisdicciones por crímenes cometidos a lo largo del país.

Últimos años de Carl Panzram en prisión
Carl Panzram fue condenado en 1923 en el condado de Westchester, Nueva York, y enviado a la prisión estatal de Sing Sing, una de las más temidas del estado. Aunque fue sentenciado a cinco años, fue liberado en menos de cinco, y volvió a delinquir poco después.
Esta fotografía correspondiente a su encarcelamiento en la Oregon State Penitentiary (OSP) en Salem, Oregón, bajo el alias Jefferson Baldwin.
Fue entonces cuando cometió uno de sus crímenes más graves: el asesinato de un guardia de prisión en Washington, D.C., lo que lo llevó a ser condenado a muerte y trasladado un año después a la prisión federal de Leavenworth, en Kansas. Allí, mientras esperaba su ejecución, escribió sus famosas confesiones, en las que detallaba decenas de asesinatos y actos de violencia con total frialdad.
En la cárcel de Washington, un joven guardia recién incorporado, Henry Lesser, se interesó por Carl Panzram y le preguntó cuál era su crimen. Con voz amarga, Panzram le respondió: “Lo que yo hago es reformar personas”. Con el tiempo, Lesser se convirtió en el único vínculo humano significativo en la vida de Panzram, llegando a desarrollar una extraña forma de amistad. El guardia notaba su comportamiento solitario y extraño, mientras Panzram intentaba escapar raspando los barrotes de su celda. Otro preso lo delató para obtener beneficios, y entonces los guardias lo sometieron de nuevo a torturas, mientras él maldecía a sus padres por haberlo traído al mundo.

Fotografía fue tomada el 2 de septiembre de 1928 en Washington, D.C.
Las confesiones de un asesino en serie. Carl Panzram relata sus crímenes
Sus declaraciones resultaban tan brutales y detalladas que, al principio, los guardias creyeron que exageraba para impresionar, especialmente por la cantidad de niños que afirmaba haber asesinado. Sin embargo, se abrió una investigación formal que contactó a distintas jurisdicciones para verificar su testimonio, y los datos confirmados no hicieron más que ratificar sus palabras, generando un profundo escándalo entre policías e investigadores al constatar que estaban frente a una auténtica bestia homicida.

La fotografía que muestras de Carl Panzram con el número de preso 31614 fue tomada en la penitenciaría federal de Leavenworth, en el estado de Kansas (EE. UU.), donde fue encarcelado en 1928. Ese número de prisionero corresponde a su expediente en esa prisión.

Prisión de Fort Leavenworth donde Carl Panzram estuvo encarcelado
“no he tenido conciencia, nunca he creído en el hombre, en ningún Dios o en el diablo ”
La relación con Henry Lesser
Sometido a torturas extremas y a las duras condiciones carcelarias de su época, Carl Panzram terminó confesando todos sus crímenes, detallando en especial las violaciones y asesinatos del niño George Henry McCammon. Cuando Henry Lesser le preguntó qué lo había acompañado durante toda su vida para actuar así, respondió con voz sombría:
“Mis aliados han sido el engaño, la traición, la brutalidad, la degeneración, la hipocresía y todo lo que es malo en el mundo”.
Por alguna razón que no pudo explicarse del todo, Lesser sintió compasión por él. Un día le ofreció un dólar para que comprara cigarrillos y algo de comida. Panzram lo observó con desconfianza, pero entendió que no había otra intención más que la de ayudarle. A partir de ese gesto, nació una insólita amistad, y Lesser logró convencer a Carl de que escribiera sus memorias.
“Odio a toda la maldita raza humana“, citó mientras documentaba las crónicas de su vida en la cárcel.
Las memorias que sacudieron al sistema
La declaración de Carl Panzram, redactada con más de 20.000 palabras, recogía con detalle su extensa carrera criminal, incluyendo cada una de sus encarcelaciones, lo que sugiere que la memoria de esos episodios fue uno de los focos de mayor sufrimiento para él. Aunque en aquella época la comunicación entre agencias y prisiones era limitada, los investigadores lograron verificar la mayoría de los datos que ofreció. En sus páginas también anotó todos los arrestos y los múltiples alias que utilizó entre 1900 y 1930. Más allá del relato personal, dejó un mensaje demoledor para el sistema penal estadounidense, al que calificó de ineficaz y perjudicial. Uno de sus lemas favoritos era que:
“la fuerza da derecho”.
En 1929, desde la penitenciaría federal de Leavenworth, Carl Panzram escribió un manuscrito de 40 páginas que hoy es considerado uno de los testimonios más perturbadores y sinceros de un asesino en serie. Fue redactado gracias a la intervención de Henry Lesser, un joven guardia de prisión que, intrigado por su historia, le proporcionó papel y lápiz. Panzram aceptó escribir no por arrepentimiento, sino para dejar constancia de su odio hacia el mundo. Su único motivo era contar la verdad tal y como él la vivía: sin remordimientos, sin justificaciones.
En el texto, Panzram detalla decenas de asesinatos, violaciones, robos e incendios provocados. Uno de los fragmentos más impactantes dice:

Manuscrito de 40 páginas de Carl Panzram
“Inmediatamente me puse a trabajar en la línea del Southern Pacific desde Yuma, Arizona hasta Fresno, California. Durante ese tiempo me dedicaba a robar gallineros y luego les prendía fuego. Quemaba graneros viejos, cobertizos, cercas, refugios contra la nieve o cualquier cosa que pudiera, y cuando no podía quemar nada más…”
Aseguró no sentir ningún arrepentimiento por ninguno de sus crímenes y afirmó que había quebrado todas las leyes divinas y humanas, añadiendo que si surgieran nuevas, también las rompería. Pronto, empezaron a llegar órdenes de captura de distintas jurisdicciones, y Carl entendió que su tiempo como delincuente, y su carrera de asesino en serie estaba llegando a su fin.

Páginas manuscritas de la confesión de Carl Panzram
“En mi vida he asesinado a 21 seres humanos. He cometido miles de robos, atracos, hurtos, incendios provocados y, por último pero no menos importante, he cometido sodomía con más de 1.000 hombres. Por todas estas cosas no siento el más mínimo remordimiento. No tengo conciencia, así que no me preocupa. No creo en el hombre, ni en Dios ni en el diablo. Odio a toda la maldita raza humana, incluyéndome a mí mismo.”
Este fragmento se ha vuelto icónico por su franqueza escalofriante y por reflejar el nivel de odio y nihilismo absoluto con el que Panzram veía el mundo. No es solo una confesión, sino una declaración de guerra contra la humanidad escrita con sangre emocional.

“Todo lo que dejo tras de mí es humo, muerte, desolación y condenación. Firmado, Carl Panzram.”
Final del manuscrito de las confesiones del asesino en serie Carl Panzram
Esta frase sirve como un epitafio personal que resume el legado de destrucción que él mismo reivindicaba con orgullo y desprecio. Refuerza su imagen de hombre sin redención, alguien que no buscaba perdón ni comprensión, sino dejar constancia de su paso como una fuerza de odio y ruina.
Juicio final sin defensa legal
Llevaron a Carl Panzram a juicio, y él decidió ejercer como su propio abogado. Su desconocimiento legal y actitud desafiante hicieron del proceso un espectáculo tenso, marcado por gritos, amenazas y desprecio hacia el jurado y los testigos. El 12 de octubre de 1928, el juez Walter McCoy lo condenó a muerte por el asesinato del guardia Robert Warnke. En respuesta, Panzram le gritó al juez: “Vaya a visitarme”. El 1 de febrero de 1929 regresó a Leavenworth, la prisión que más detestaba, y al escuchar las reglas del centro, miró fijamente al guardia principal y le advirtió con calma: “Asesinaré al primer sujeto que se meta conmigo”.

Fotografía tomada en la Penitenciaría Federal de Leavenworth (Kansas)
Carta de confesión del asesino en serie al fiscal de Salem
A principios de 1929, Carl Panzram escribió una carta al fiscal de Salem en la que reafirmaba su culpabilidad en el asesinato del joven George McCammon. En la misiva afirmaba haber confesado plenamente el crimen, señalando que los testigos enviados desde Salem lo habían identificado sin margen de duda. Ratificó su responsabilidad absoluta y añadió que no solo había cometido ese asesinato, sino otros veintiuno más. Con absoluta frialdad, advertía que, de quedar libre, no dudaría en matar a otros veintiuno. El asesino en serie mostró su verdadero rostro.
“No lo siento en lo más mínimo“.
El asesinato del guardia Warnke
Y así fue. En cuanto uno de los guardias se ensañó con él, Carl Panzram lo atacó con una barra de hierro y lo mató. Estaba en la lavandería de la prisión de Leavenworth, un puesto que había solicitado debido a su deteriorado estado físico. La víctima fue el oficial Robert Warnke, a quien golpeó por sorpresa con un tubo metálico en la cabeza, causándole la muerte inmediata. Panzram no huyó ni mostró remordimiento alguno tras el asesinato.
El único agradecimiento que os daré será cuando tenga vuestro cuello entre mis manos.
Fue detenido en el acto y llevado de vuelta a su celda. Poco después fue juzgado por este crimen, y en esta ocasión rechazó cualquier defensa legal. Ya no quería apelar ni salvar su vida: solo esperaba su ejecución.
Diálogos finales con Henry Lesser
Durante su aislamiento, Carl Panzram mantuvo correspondencia con Leiser, a quien le comentó que le faltaban lecturas, aunque reconocía que lo trataban mucho mejor que en ocasiones anteriores. Cuando llegó la sentencia —la horca—, Panzram no mostró arrepentimiento alguno. Al contrario, pareció recibirla con gratitud. Mientras lo retiraban de la sala, aún resonaban sus carcajadas entre quienes se marchaban del lugar.
Su rechazo a la clemencia antes de morir
Antes de su ejecución, varias personas intentaron interceder por Carl Panzram, entre ellas el doctor Karl Menninger, quien solicitó entrevistarse con él. Sin embargo, Panzram amenazó de muerte a las asociaciones civiles que se oponían a la pena capital y, durante la breve conversación, se mostró irritado y nada cooperativo. Menninger concluyó que aquel hombre era capaz de matar a cualquiera si se le presentaba la oportunidad. Panzram rechazó tajantemente cualquier intento de ayuda, dejando claro que aborrecía toda intervención a su favor y que deseaba que la hora de su muerte llegara cuanto antes, tanto por su bien como por el de los demás.
Ejecución del asesino en serie en Leavenworth
El 5 de septiembre de 1930, a las 6 de la mañana, el asesino en serie confeso Carl Panzram fue ahorcado en la Penitenciaría Federal de Leavenworth, Kansas, ante numerosos testigos de la prensa y del sistema penitenciario, y fue declarado muerto a las 6:18. Tenía 39 años. Nadie reclamó su cuerpo, que fue enterrado en un sepulcro del lugar. Hasta el final se mostró desafiante e incorregible: subió los escalones del patíbulo con una actitud casi alegre, escupió y apremió al verdugo. Testigos afirmaron que pasó la noche anterior en vela, caminando por su celda y cantando una canción obscena inventada por él. Justo antes de ser colgado, le dijo al verdugo:
¡Date prisa, maldito Hoosier! Podría matar a diez hombres mientras tú estás perdiendo el tiempo”.
¿Cómo se forma la mente de un asesino en serie como Carl Panzram?
En la formación de una personalidad asesina intervienen numerosos factores: la infancia, el entorno familiar, el ambiente social, el nivel intelectual, los acontecimientos vitales, las dependencias físicas, psíquicas y fisiológicas, el sexo y la edad. Al igual que cualquier ser humano, los asesinos en serie son el resultado de múltiples influencias y circunstancias combinadas.
Legado true‑crime: por qué Carl Panzram sigue siendo un serial killer de referencia
El caso Carl Panzram sigue intrigando a criminólogos, periodistas de crímenes reales y aficionados al asesino en serie:
- En 1970 se publicó su autobiografía; Karl Menninger dedicó un capítulo a su figura en Man Against Himself.
- En 1995 se estrenó la película sobre la vida de Carl Panzram, y fue una adaptación libre de un libro del mismo título Killer: Diario de un Asesinato.
asesino en serie estadounidense Carl Panzram - El documental Carl Panzram: The Spirit of Hatred and Vengeance (2012) recrea sus delitos con sus propias palabras.
Cada nueva generación de lectores descubre en su historia un recordatorio brutal de hasta dónde puede llegar el odio humano cuando se combina con abandono, violencia institucional y ausencia total de empatía.
Preguntas frecuentes sobre el asesino en serie Carl Panzram
- ¿Quién fue Carl Panzram y por qué se le considera un asesino en serie?
Carl Panzram fue un criminal estadounidense (1891‑1930) que confesó 21 homicidios y más de 1 000 violaciones. Su historial de asesinatos repetidos, sin remordimiento y con un patrón reconocible, lo clasifica como asesino en serie o serial killer.
- ¿Cuántas víctimas reconoció el asesino en serie Carl Panzram?
En sus memorias escribió que mató a 21 personas, aunque insinuó haber acabado con muchas más. Además, admitió violar sistemáticamente a hombres y niños, superando el millar de agresiones.
- ¿Qué motivaba a Carl Panzram a convertirse en serial killer?
Panzram declaró un odio absoluto hacia la humanidad. Sufrió abusos extremos en reformatorios infantiles y prisiones, experiencias que alimentaron su misantropía y desembocaron en su carrera como asesino en serie.
- ¿En qué países y estados cometió Carl Panzram sus crímenes?
Además de Estados Unidos, Panzram cometió crímenes en Angola y posiblemente en otros países de Europa, incluyendo Escocia y Portugal.
- ¿Cómo capturaron al asesino en serie Carl Panzram?
Fue detenido en Washington D. C. en 1928 durante un robo. Para evitar una excarcelación rápida, confesó dos asesinatos infantiles adicionales, lo que le aseguró cadena perpetua y, posteriormente, la pena de muerte.
- ¿Por qué la autobiografía de Carl Panzram es clave para entender a un serial killer?
Su manuscrito Killer: A Journal of Murder describe con detalle métodos, motivaciones y pensamientos de un asesino en serie, proporcionando a criminólogos y psicólogos un testimonio directo y poco habitual.
- ¿Cuál fue la condena y ejecución de Carl Panzram?
Tras matar al capataz de la lavandería en la penitenciaría de Leavenworth, fue condenado a la horca. La ejecución se llevó a cabo el 5 de septiembre de 1930; sus últimas palabras desafiaron al verdugo.
- ¿Qué legado dejó Carl Panzram en la investigación de asesinos en serie?
Su caso se estudia como ejemplo extremo de sadismo sin motivación económica. Inspiró libros, documentales y análisis académicos sobre perfiles de serial killer, ayudando a perfilar patrones de violencia misántropa.
- ¿Cómo logró este Asesino en serie evadir a la justicia durante tanto tiempo?
Panzram utilizó múltiples alias y se trasladaba constantemente, lo que dificultaba su identificación y captura por parte de las autoridades.
- ¿Cuántos alias utilizó Carl Panzram y cuáles son los más conocidos?
Se sabe que Panzram usó al menos 10 alias, entre ellos: Jefferson Davis, Jeff Rhoades, Jack Allen, Jefferson Baldwin, John King y John O’Leary.
- ¿Qué tipo de víctimas prefería este Asesino en serie?
Panzram atacaba principalmente a hombres y niños, a quienes violaba y asesinaba, mostrando una total falta de remordimiento por sus acciones.
- ¿Dónde se pueden encontrar los escritos y confesiones de Carl Panzram?
Sus manuscritos y cartas están archivados en la Universidad Estatal de San Diego y han sido publicados en libros y documentales que analizan su vida y crímenes.
Nunca había oido hablar sobre este monstruo. Gracias por la documentación. Un gran aporte, Clyde.
Gracias Morticia. Es un placer que ver que aprecias mi trabajo. Me gusta mostrar a la gente el lado oscuro de la humanidad. La mente de un psicópata es realmente terrorífica… no como las historias que tu cuentas; hadas, duendes y brujas. Gracias igualmente.
Deberias hablar tambien sobre asesinos seriales que nunca fueron atrapados.
Conozco muchas historias sobre casos asi.
¿De donde has sacado las fuentes? Estuve averiguando en varias paginas y hay muchas discrepancias. Algunos dicen que tiene 6 hermanos, otros 7, otros 8. Dicen que nacio en warren otros en forks. Dicen que mato y violo a mujeres pero luego ya no porque contrajo gonorrea y en otros dice que nunca mato mujeres. ¿Cuál es la verdad?
Muchísima e interesante información. ¡Gracias!
Lamento dos cosas en el mundo haber maltratado animales y no haber terminado con la raza humana “QUE SABIDURIA”